Tú también cagarías donde cagué yo en Milán

Porque detrás de mí cagó mi amigo Rafa, que es herrador de caballos y tiquismiquis para las cosas de la higiene y el cagarcio.

Y no me digas que te resulta duro eso de cagar y que mejor que digamos hacer caca. Porque hacer caca es algo que todos hacemos mientras que podemos ejercer el control sobre nuestro esfínter.

Pero cagar es algo que sobrepasa cualquier capacidad de control, porque cagar es fruto de una de las necesidades más imperiosas del ser humano.

Cuando te cagas nada hay que pueda pararte y cagas en una cuneta, en un hoyo o la porquería de cuarto de aseo en el que cagué yo en Milán.

Era un lodazal asqueroso al que tuve que entrar levitando.

Pero el apretón era infinitamente superior. Cagar era una necesidad absoluta.

-¿Pero cómo has podido cagar ahí?

Me preguntaban todos al verme salir aliviado.

Y todos lo que me preguntaban no podían entenderlo porque no se estaban cagando vivos entre contracciones y sudor frío. Si hubieran tenido esa necesidad habrían hecho lo mismo.

Y eso mismo fue lo que hizo nuestro amigo Rafa. Cagarse en el hueco que allí quedó cuando yo salí. Porque lo suyo también era de absoluta necesidad.

Pues no hace falta que te explique que todas las necesidades de la vida son parecidas.

Sentir algo de apetito no es tener hambre de verdad.

Sentir una inquietud no es como tener miedo de verdad.

Sentir que te falta algo no es como asumir que la vida se te vuela.

Sentir que en el trabajo no van bien las cosas no es como estar hasta los huevos de currar en el sueño de otro mientras sientes plena necesidad de ponerte manos a la obra con el tuyo.

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