Por no ser yo mismo me tiraron al pilón
Cuando vendía alarmas antirrobo fui a hacerle una demo a un promotor que estaba construyendo una pila de casas en Valencia.
El tío le puso a la promoción “ Ciudad + su apellido”, con dos cojones. Lo digo así porque cuando todo pegó el petardazo también vio su apellido saltando por los aires.
Bueno, a lo que voy. Con el buen propósito de dar en el clavo:
1.Me llevé un maletín con una centralita de alarmas.
2.Un pantalla con su powerpoint.
3.Preparé una mesa para el coffee break.
4.Azafata bombón.
5.Y de fondo música de los 80 en versiones chillout.
Todo esto tras haber analizado los perfiles de las personas convocadas a la reunión.
Con el objetivo de cerrar el trato. Para embolsarme una pasta.
Y lo que sucedió es que el orden del día tomó una deriva de carácter estrictamente técnico. Por mi culpa. Por equivocarme en el planteamiento.
Por no tener ni idea sobre las tripas del equipo.
¿Cómo se me ocurre llevar un maletín del que sólo sabía como abrirlo y cerrarlo?
Ya no se trata de que la operación se perdió, ¡creo que nadie lo duda!
(Tiempo después me alegré, porque me hubiera arrastrado a la ruina)
Lo peor es que mi reputación cerró esa puerta para siempre. Eso es lo grave de verdad.
Por eso en ocasiones sucesivas, al listado de arriba le añadí un último guión:
No puede faltar el técnico que mejor conozca lo que quiero vender.
Así los especialistas hablan con los especialistas. De tú a tú.
Y los que no somos especialistas evitamos que nos tiren al pilón. Zapatero a tus zapatos, dijo aquel.
Te cuento más en mi libro Sueña sin perder de vista tus lentejas. Se compra aquí.
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