Todo el poder de las palabras para pedir un aumento de sueldo

Entre los 30 y los 50 hice trabajé en muchas cosas interesantes pero perdí el tiempo más de lo deseable.

Por eso te lo cuento aunque tú no me hayas pedido que te lo cuente.

Cuando vendía centralitas siempre andábamos a discusiones con el precio. Teléfonica tenía unas ofertas increíbles. Ni ellos se las creían. No eran lo que parecía.

La empresa en la que yo trabajé (Telyco) era un distribuidor de Telefónica. Supuestamente con las mismas ofertas. Y además otras que nos resultaban más rentables.

Hasta eran más interesantes para determinados clientes.

Pero costaba que se cayeran de la burra.

Un cliente con el estaba haciendo el primer trato quería una de aquellas ofertas maravillosas. Que no era la más conveniente para su necesidad.

Y así se lo expliqué. Doblé más el lomo que cuando la vendimia.

Pero no atendió a razones. Total que le vendí lo que me quiso comprar. Y además quería unos móviles de regalo. Por su genialidad.

Lo que pasaba es que determinados componentes internos no los necesitaba:

No necesitaba la placa de ampliación de zonas.

Ni el módulo de voz políglota.

Ni el adaptador del bus para enlace kilométrico.

No necesitaba gran parte de lo que pedía.

Se los quité y los aproveché para otro cliente. Cobrándoselos. Y a este le añadí los móviles de regalo. Cobrándoselos.

Saqué las cuentas y había un saldo de unos 1.500€ a nuestro favor.

-¡Brillante!, me dijo el jefe.

-¡Albricias!, pensé yo. Voy a pedirle la mitad por mi brillantez.

Pero este jefe, que se parecía al pingüino de Batman, me contó un rollo Macabeo.

Y se lo quedó todo. A fin de cuentas yo era un empleado. Y de esos 1.500€ no podía darme ni un chavo porque ni era sueldo ni comisión.

Una vez más aprendí la lección. Ahora ya sé cómo emplear la fuerza de las palabra para pedir un aumento.

Soy bueno en esto. Puedes comprar mi Curso por correspondencia para vender cualquier cosa a cualquier persona aquí.