Tampoco hace falta meterse en el barro
Casi todas las mañanas lo primero que hago es irme a dar una buena caminata por el monte.
Un par de horas durante las que preparo lo que después escribo y los cursos que tengo a la vista.
Pocas son las mañanas en la que no salgo y otras pocas son las que salgo más tarde. Cuando se viene mi mujer.
Dos días antes habían caído chuzos de punta. Si no quieres molestarte en buscar en Google lo que son esos chuzos, al final te lo cuento.
Tenemos la suerte de vivir en un sitio en el que el campo aparece tras 10 minutos de asfalto. Asfalto seco.
Pero el campo húmedo porque el Sol de estos días calienta pero no quema.
El camino que une el asfalto con el monte está en medio de la huerta y hay trasiego de tractores, que dejan huella como dejaban huella las bombas de la guerra.
Unos agujeros tremendos en medio del camino. Llenos de barro.
-¡Por ahí no se puede pasar!, -ha dicho mi mujer nada más verlo.
-Pero se puede pasar por el borde, tampoco hace falta meterse por el barro.
Y así es.
Al mirar la mejor salida hay quien sólo ve el abismo. Aunque sea en forma de barrizal.
Por eso hay que agudizar el ingenio para buscar ese borde menos arriesgado por el que pasar.
Barro hay siempre. En cantidad como para que te llegue hasta la boca.
Ensuciarse es algo seguro.
Y seguro también es que siempre hay un lugar por el que escabullirse y poder continuar con la caminata.
Un chuzo es aquel bastón de madera acabado en una punta metálica que llevaban aquellos serenos de la pelis en blanco y negro.
Ya lo tienes. Es aquí. Cuesta 10€.