Si te crees que puedes convencer a un muro estás en lo cierto
Por la época en la que trabajaba de conserje, mi madre se puso enferma. No de morirse.
Por suerte eso todavía no ha pasado.
Pero necesitaba que cuidase un poco más de ella. Bastante más, la verdad. Porque la pobre no podía andar por sí misma y las pasó canutas.
Acostumbrada a hacerlo todo dependiendo de nadie.
COMENZÓ A DEPENDER DE MÍ
Y como en la Universidad hay trescientas mandangas convertidas en un reglamento funcionarial para que la gente tenga trescientas maneras de ver reducida su jornada de trabajo:
SOLICITÉ LA MÍA
Para cuidar un poco más de mi madre. Lo normal.
A LO QUE VAMOS
Solicitud, trámite y aprobación logrados en pocas horas. Fácil y a volar.
Sin embargo, para cuadrar la fantástica 1 HORA diaria de reducción en mi jornada conserjeril, necesitaba la dispensa del coordinador chusquero del servicio.
El cual no atendía a razones. Y mira que eran muchas las razones.
Y más que suficientes.
Por eso decía lo de convencer a un muro. Porque Mariano era todo un muro.
Me di de cabeza hasta que me di cuenta de que con razones iba a ser que no.
El protozoo no era capaz de comprenderme.
Ante la posibilidad de que fuese yo el que no era capaz de hacerme comprender, busqué una fisura en el muro. En un rinconcito ponía:
Habla con el superior jerárquico del protozoo chusqui. Y...
¿Te puedes creer que fue mano de santo?
Sin tener que esforzarme en argumentar. Con la única razón del informe médico fue suficiente.
La lección que aprendí ese día es que lo primero es descubrir quien es el interlocutor adecuado. A continuación, las cosas vienen rodadas si las razones son de peso.
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