A los 50 trabajaba de conserje en un aulario de la Universidad de Alicante
Y no diré yo que no era ese un buen trabajo. Tampoco negaré todo eso de pobre pero honrado y tener un sueldo todos los meses.
Un sueldecito. Una mierda de nómina, hablemos claro. Además de hacer cada día lo mismo.
Llegaba a las 3 de la tarde. Me metía el manojo de llaves en el bolsillo y venga a abrir y a cerrar aulas. Correr y descorrer los telones de foscurit. Encajar y desencajar con la pértiga esos ventanucos altos que diseñó la madre que parió al arquitecto.
En el mostrador era más divertido. Dar un buen servicio a estudiantes y profesores es interesante, más aún lidiar con los egos de algunos gilipollas es un descojono.
Pero la bomba era cuando había que colocar carteles informativos:
PROHIBIDO USAR ESTE URINARIO
Por ejemplo.
Y un día de aburrimiento se me ocurrió saltar por la borda:
AQUÍ NADIE MEA HASTA QUE LO ARREGLEN
Y los chavales se descojonaban. Además echaban cuenta del aviso.
El coordinador de servicios se mosqueó porque lo partió por la mitad eso de que alguien hiciera algo como nunca se habían hecho.
Hasta que escuchó a un grupo de estudiantes comentar uno de mis carteles. Les gustaba que me alejara del encorsetamiento burócrata y académico.
Se fue relajando el menda. Y yo progresando adecuadamente.
AL PATIO SE SALE HABLANDO POCO
Y algunos carteles que antes pasaban inadvertidos empezaron a ser leídos.
Poco a poco, algún profesor me pedía que le hiciera un cartel para comunicar un cambio de aula.
ESTA AULA SE NOS HA QUEDADO PEQUEÑA. OS ESPERO EN LA A1/06G
(No se os ocurra poner “este aula” porque está mal y les entra la risa a los de Filología)
Y me monté esta cosa de las lentejas. Porque soy bueno en esto de:
1.Usar adecuadamente la fuerza de las palabras.
2.Ayudarte con ello a vender más.
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