20 minutos para pagar un Toblerone

Igual te da por pensar que esto sucedió en algún evento exclusivo y a propósito de alguna edición premium limitada a unas pocas unidades para gilipollos.

Que tampoco tendría razón de ser porque lo peor que hay en este mundo es tener que esperar para pagar. Es horroroso.

Pero encima es que nada tiene de especial el Toblerone que se me ocurrió comprar. Es el típico recuerdo que siempre compro en cualquier aeropuerto, sea cual sea.

Y en esta ocasión me la jugaron en el de Sevilla.

Porque lo malo en sí no fue tener que esperar veinte minutos para pagarlo.

Aquí el delito está en que en la caja -provista de cuatro puestos de cobro- había seis dependientas, 6.

Más otra más se escabullía dentro de la oficina que había al fondo. Al menos una por allí escaqueándose.

De las seis que estaban en torno a los puestos de cobro, parece que cinco de ellas eran las encargadas de algo. Algo indeterminado.

Y sólo una de ellas ofrecía servicio de cobro a la tremenda cola que allí había.

Cobraba y sonreía como si allí no estuviera pasando aquello.

-¿Me muestra la tarjeta de embarque, por favor?

También hacía devoluciones y sonreía.

-¿Tiene usted el ticket de compra?

Y las cinco de su alrededor haciendo como si no estuvieran viendo la cola. Con todos sus cuajos.

¿A que no sabes de quién me estaba acordando?

(Bueno sí, de su puñetera madre también)

Pero de lo que me acordé es del programa aquel del jefe que se infiltraba para ver el panorama.

Y hubiera querido serlo yo para echarlas a la puta calle sin posibilidad de retorno.

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